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« Cuerpo a Cuerpo » 4. Encuentro de performance, musica y  video. Performance with Adela Picón. Curator: Pedro Déniz. Centro de Arte La Regenta. Las Palmas de Gran Canaria/ ES. Photos by Guillermo Lorenzo. Material: small wool skeins, two sofas, own text, originally written in Spanish ©2016. Centro de Arte La Regenta  Un escaparate de la nueva performance. Artikel vom La Provincia.ES CARLOTA Carlota y su familia ‹ subían › muchos fines de semana a San Antonio, la finca de café, adonde se iban ya desde el viernes, después de que las niñas salían del colegio. La zona cafetalera esta a unos 40 kilómetros de la ciudad, de la costa, mejor dicho. A la finca se llevaban todos los comestibles necesarios para preparar las grandes viandas para toda la familia y amigos que se reunían y que venían de otras fincas cercanas a pasar, al menos, el domingo, juntos. Las familias subían en jeeps de doble tracción y en caravana pues era un camino muy sinuoso, empedrado y casi imposible de subir en un coche ‹ normal › y menos si era tiempo de lluvias! era muy divertida la ‹ zangoloteada ›…a veces entre las hermanas ‹ chocaban › unas con otras, aunque en realidad, era mas bien un juego, porque no tenían mucho que hacer durante el viaje, de esta manera, mataban un poco el tiempo. La subida llevaba al menos tres horas de camino. Otro juego divertido para las hermanas era saludar a todo aquel que se encontraban a su paso por el camino, y vaya que eran muchos! sobre todo niños y perros curiosos que salían al paso en cuanto escuchaban el motor del jeep. Chuchos viejos, como les llaman a los perros, famélicos y roñosos perseguían el jeep hasta que éste se perdía….Niños con panzas gordas, infladas, mujeres jóvenes embarazadas y viejos sin dientes, sentados afuera de sus casas, saludaban con un ¡vaya bien! Carlota y sus dos hermanas trataban de asomarse por la ventanilla del jeep moviendo las manos en forma de saludo y diciendo adiós! Los más pequeños se reían, algunos salían corriendo como si quisieran alcanzar el coche, incluso tratando de cogerlo, y otros nada más levantaban sus manos en señal de saludo. Los caseríos estaban hechos con cemento y techos de lamina. En mas de alguno, había una especie de tienda, tendajón, dirían en la zona, donde se podían comprar refrescos, galletas de animalitos, latas de atún, jabón, pasta, huevos, pan, azúcar y sal. Solo algunos comestibles básicos para la semana. El resto de las compras se hacían en la ciudad. Aunque la tia Marthita, experta, claro esta, en café, siempre les contaba, entre otras historias, la historia del origen del cafeto, para entretenerlas. Las niñas se asustaban cada vez que había que cruzar un rio, sobre todo, en tiempos de lluvia, pues éstos estaban llenos , cargado de agua…pero al final, se divertían mucho, pues ya tenian alguna aventura que contar el lunes en el colegio. Así Carlota no tendría que escuchar el: Carlota, Carlota narices de pelota…al contrario, ella contaría sus aventuras y las otras niñas la escucharían llenas de asombro. « El cafeto (árbol del café) se originó en la zona de Etiopía y el Cabo de Hornos, lugares en los que aún hoy crece en estado silvestre, pero fue en Yemen, donde se inició el cultivo del árbol del café que se extendería por todo el mundo…. » les contaba la tia Marthita y continuaba: Hay muchas historias acerca del descubrimiento del café…y entonces preguntaba a Carlota, quien era su favorita y a quien consideraba la mas centrada e inteligente de las hermanas: Carlota, ¿te acuerdas cual es la historia más popular? nos la puedes contar? Carlota tenia 12 años….y a su corta edad le gustaba leer a los autores mexicanos conocidos de la época y le encantaba contar cuentos e historias que su mamá y su abuela le contaban pero también aquellas que escuchaba de las tías y de su nana, como aquella del Tzipe, el niño negrito que asustaba a los niños cuando no se portaban bien. « claro que si, tia Marthita » es la historia de Kaldi, el pastor de cabras yemení. Niñas, dejen hablar a Carlota, decía la tia Marthita, mientras el jeep seguía zangoloteando con cada rodada. « Una noche, cuando Kaldi se hallaba cuidando sus cabras, vió de pronto como éstas, en lugar de pacer plácida y tranquilamente como era natural en ellas, estaban literalmente como cabras locas, estaban pastando cerca de un arbusto donde crecían pequeñas bayas de color rojo brillante. Kaldi decidió entonces probar aquellas bayas, y no había pasado mucho rato cuando él mismo ¡se encontraba bailando como cabra loca, también!. Carlota continuó…«La noticia se extendió hasta alcanzar el monasterio local, donde el imán tenia problemas para mantener despiertos a sus derviches durante la oración y vigilia nocturna. El imán pensó que no estaría mal probar aquellas bayas exóticas y así lo hizo. Gracias a las bayas del árbol del café, todos lograron permanecer bien despiertos para sus oraciones y con sus facultades agudizadas »………y colorín, colorado, este cuento se ha acabado, terminó diciendo Carlota. Las hermanas y la tia Marthita le aplaudieron. Augustin, el chofer no, pero dijo que la historia era muy interesante y que aunque alguna vez ya la había escuchado, era bueno para su memoria volverla a escuchar, pues era ya un poco mayor. Para mayo y junio el paisaje de los cafetales se llenaba de cientos de trabajadores que, en su mayoría venían de Guatemala e iniciaban la siembra para que la planta estuviera bien establecida durante el invierno y no le afectaran las bajas temperaturas. Todos trabajaban, incluso las mujeres con sus pequeños sobre las espaldas. Conforme se iba subiendo, el clima iba cambiando; del sofocante calor de la costa, al clima templado o hasta frio, según la época del año. Las fincas cafetaleras están entre 1,200 y casi 2000 metros de altura. El paisaje era verde, verde y cuando el cafeto ya estaba listo para la ‹tapizca‹  se llenaba de cerezas rojas pero también de flores blancas, era todo un espectáculo para los ojos, pero las flores no vivían mucho tiempo. Llegando a la finca, la servidumbre salía inmediatamente para ayudarles a bajar todo el cargamento del Jeep y llevarlo principalmente a la cocina. El ombligo de la gran casona de dos pisos, construida en madera fuerte, hacia finales del siglo XIX. Abajo estaba la cocina, a un lado, y cerca de las escaleras que llevaban al resto de las habitaciones, había una en la cual nadie entraba, estaba estrictamente prohibida la entrada. Nadie nunca supo que había allí. La tia Marthita decía que era del bisabuelo y que él había ordenado tenerla cerrada, aun después de su muerte. Y así se  hizo. Nunca nadie más la abrió. La gran casona estaba rodeada por un jardín enorme, bien cuidado y lleno de hawaianas, flores rojas tropicales, exóticas y con un tallo muy largo, propias de la región. La casa tenia muchas habitaciones, una sala especial para escuchar música, una especie de bar, donde se juntaban todo los primos -pequeños y mayores-  a jugar, a escuchar música y donde Carlota, años mas tarde y por primera vez, bebió el famoso « Comiteco ». Ese aguardiente de caña de azúcar de la región y que no faltaba en la mesa de los adultos. Para el frío, solían decir. A Carlota le encantaba meterse en la cocina, no solamente para mirar y probar las delicias de las cocineras, sino para escuchar las novedades de la finca…..Que si había llegado un nuevo capataz de San Salvador, que si Chico, había tenido que ir visitar a su madre enferma a Guatemala….Que si ya habían llegado las familias nuevas para la tapisca. Que si había que reparar la maquina de lavado del cafe….historias que Carlota solo podía escuchar allí y que le permitían darle rienda suelta a su imaginación. Y para cerciorarse de que lo que escuchaba, inventaba cualquier pretexto para escaparse al beneficio de cafe y echar, de paso, un ojo a las galeras de los trabajadores. Donde también había niños, algunos jugando solos, otros con los hermanos. Lugares adonde no se le permita ir, especialmente a las galeras donde dormían los trabajadores. Pero a ella le gusta escuchar y mirar a las mujeres después de la jornada de trabajo. En aquel entonces, Carlota no comprendía muy bien el significado de la desigualdad social. Ni siquiera lo pensaba pero intuía de alguna manera, que no todos eran iguales. La mayoría de la gente que llegaba a trabajar en la pizca del café venía de Guatemala, a veces también de El Salvador. Llegaban hombres y mujeres. « patojos y patojas » como decían ellos.  Las mujeres usando « sus cortes », faldas tradicionales, que solamente se enrollan alrededor de la cintura y con zapatos bajos de plástico y sus cabellos muy largos, trenzados, negros, casi azules y brillantes como si se pusieran algún grasa. Los hombres con pantalones, camisas y caites de cuero. ….pero llegaba el domingo por la tarde, quizás la noche y había que bajar de nuevo por el mismo camino para regresar a la costa. Carlota se llevaba en la boca un sabor dulce/amargo como el del café. Cada vez veía y escuchaba cosas muy interesantes.

Maricruz Peñaloza. Zurich, 2016

Carlota. English version
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